
Hoy quiero traer a esta sección de los sacrílegos y sus sacrilegios, un acontecido del pasado fin de semana en mi ciudad, Burgos. Me encontraba con mi mujer explorando bares de tapas cuando mis pies entraron en La Cestería, un local en la Plaza de la Flora, a un costado de La Catedral. En su barra estábamos probando unos buenos pinchos, cuando oigo tras de mí las siguientes palabras, en boca de un hombre adulto, en adelante, criatura :
“Ponme un Ribera con hielos y gaseosa” .
Al igual que la camarera que estaba frente a mí, la primera reacción fue de sorpresa y cierto estupor. Ella amablemente le comentó que los vinos estaban ya a una temperatura fresca, pero criatura insistió.
La camarera sacó una botella de Carmelo Rodero, el mismo vino que yo estaba tomando, y sirvió una copa. Miré a mi mujer, buscando con el rabillo del ojo la tez de semejante bípedo, pero otro sonido me hizo cambiar bruscamente de dirección. Delante de mí, sobre el cristal de la barra que protegía los pinchos, uno a uno, hasta cinco hielos cayeron en la copa, como cinco flechas directas a mis intestinos. Recordé por un segundo, aquel relato de Edgar Allan Poe, El Pozo y el Péndulo (1842) y alguna gota de sudor frio apareció en mi frente. Al quinto cubito, criatura dijo:
“suficiente“
Me deja helado que la camarera le pusiera un Carmelo Rodero, ¿no tenía nada más adecuado para ese atentado o es que lo pidió la criatura?
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Buenas tardes Victor, seguramente tengan vinos jóvenes a granel para los tintos de verano, pero al pedir un Ribera, creo que la camarera no tuvo opción.
Confío que criatura tenga su merecido en el futuro próximo.
Un saludo,
R.
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